John G. Morris ha
muerto a la edad de 100 años, en París. Y que esta noticia haya pasado un poco
desapercibida en un mundo como el nuestro, en el que nos enteramos al instante –aunque
no lo pretendamos- de si un famosete
ha tenido (o no) un affaire o de si un deportista cambia de patrocinador, es un
claro síntoma de no pocos males de nuestra sociedad y del desaprovechamiento
que hacemos de herramientas sin duda maravillosas en lo que a información y comunicación
se refiere.
John G. Morris en un siglo de vida ha sido testigo, en
muchos casos directo, de alguno de los acontecimientos más importantes de la
historia reciente de la humanidad pero, además, él ha sido el responsable de
como estos eran presentado ante nuestros ojos. Un ejemplo de esto, como
tantos otros que se podrían poner, fue su desempeño durante muchos años como editor de fotografía
de la revista Life (no podéis
imaginar el impacto social de esta publicación que daba a la imagen la
importancia periodística y la relevancia que merecía).
Concretamente durante la II Guerra Mundial, fue el editor al cargo de la
cobertura fotográfica que la publicación le daba al conflicto y suya es, en
buena parte, la responsabilidad de que todos viéramos las históricas
fotografías que Robert Capa realizó –y que acabaron representando este acontecimiento en el
imaginario universal- del Desembarco de Normandía. Capa envió 4 rollos repletos
de fotografía que quedaron arruinados (según unas versiones por una
sobreexposición al revelado y según otras porque en mitad del tiroteo Capa no
pudo conseguir más imágenes)… de modo que Morris, inspeccionando milímetro a
milímetro y pese a recibir noticia de que eran insalvables, descubrió 11
instantáneas discernibles y se decidió a publicarlas haciendo que el mundo
pudiera ver lo sucedido. No solo eso: como muestra de su responsabilidad y
rigor en el trabajo, unos días después el propio Morris fue a Normandía para
ver con sus propios ojos el Frente Oeste y entender mejor las fotos que estaba
editando.
Esto es una pincelada apenas de la importancia periodística del trabajo de Morris en algunos de los acontecimientos más importantes de la historia reciente y, creedme, es difícil escoger. Yo, sin embargo, quiero alejarme un poco del tema profesional y centrarme en el tema humano… Tuve la ENORME suerte de conocerle en el 2013 durante mi trabajo como programador del Festival Internacional de Cine de Gijón donde programamos el documental Get the picture (que comparte título con uno de sus libros) y al que asistió para dar una de las ruedas de prensa más memorables en las que he tomado parte y para presentar, acompañado por Javier Bauluz, la película en unos Cines Centro que le aplaudieron como se merecía.
Invitar a alguien de su edad (le faltaba un mes para cumplir 97 años) es un tema que parecía una locura pero ya me conocéis… ¿porqué ponernos límites nosotros y renunciar a la posibilidad, aunque sea de un 1%, de conseguir lo que parece imposible?. Y esta vez se intentó y salió cara. Ya desde los primeros mensajes dejaba claro uno de los rasgos más importantes de su personalidad, su sentido del humor, avisándonos de que vendría con su novia “adolescente” y preguntando si eso podría ser un problema en España… para descubrir que esto hacía referencia a su actual pareja Patricia Trócme (aprovecho para mandarle un fuerte fuerte abrazo), a la que sí sacaba más de dos décadas pero que, desde luego, no era una niña.
En segundo lugar me maravillo la claridad de su pensamiento
y su memoria, recordando con todo lujo de detalles sucesos y acontecimientos
(importantes e históricos algunos, cotidianos e íntimos otros) a lo largo del
casi siglo de vida que había contemplado. La rueda de prensa a la que antes
aludía no pudo dejarlo más claro y, si rastreáis en las redes sociales,
seguramente encontréis algo.
En tercer lugar me llamó la atención su generosidad y es que, a pesar del esfuerzo físico que le suponía, nos comentó que el día de la presentación de su película que quería aguantar mientras hubiera preguntas del público y tan solo le dijo a mi camarada de armas Diego García Cruz, que hacía tareas de traducción ese día, que le dejara sujetarse a él cuando las fuerzas le fueran faltando.
Esa actitud vital, optimista al entender que en la vida hay
muchos acontecimientos malos pero también un montón de actos maravillosos, esa
forma de ser divertida y el seguir viviendo enamorado, no sé –quiero pensar que sí- si son los ingredientes para su
longevidad. No lo sé. Pero sí estoy seguro de que son ingredientes para transitar mejor por
la vida. En su caso, por suerte, una larga vida. Me da pena saber que no
volveré a compartir tiempo con él pero yo también soy de pensar en lo positivo,
por lo que agradezco enormemente cada segundo que pude pasar con él (especialmente
una muy breve conversación que compartimos y que os aseguro convalida tres años
de educación reglada) y me encanta haber podido contribuir en parte a que nos visitara
unos días. Sin duda un lujazo y un
recuerdo para atesorar con mimo para siempre.
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