Los ciclos de Avilés Arte Sonoro han conseguido ya, tras tres entregas previas, algo tan complicado como es convertir lo extraordinario en cotidiano. No en vano el público ya no sólo no se sorprende de que autores del nivel de los que forman la programación de cada ciclo vengan a nuestra ciudad, sino que ya lo esperan y lo ven como algo normal. Esto, aparentemente tan lógico, es algo que significa siempre haber logrado un objetivo importante: normalizar algo hasta ese momento esporádico o sorprendente.
El cuarto ciclo de Avilés Arte Sonoro se abría con fuerza (tras la previa que supuso el concierto de Los Linces y Mike Kennedy del que ya os hablé aquí) con un concierto en acústico de Loquillo, que se precedía del documental rodado sobre su figura. Un lujo para el público avilesino, ya que el cantante sólo haia dado otro concierto de estas características en los últimos 8 o 9 años. Lujo doble al poder contar también con los fantásticos músicos Igor Pascual y Jaime Estinus acompañándole, a los que se sumó por sorpresa Gabriel Sopeña, compositor de algunas de las mejores letras que ha interpretado magistralmente Loquillo a lo largo de su ya dilatada trayectoria.
Y otro lujo al que nos estamos ya acostumbrando es que Marieta, una vez más, me ceda un par de sus estupendas fotos para compartirlas con vosotros. Aquí las tenéis...
El concierto, como os decía, estuvo francamiente bien.
Loquillo domina la escena como pocos y además se le notaba tremendamente agusto. Comenzó con canciones sobre textos de
Manuel Vázquez Montalbán (
inútil cosmonauta el que contempla estrellas para no ver la realidad),
Mario Benedetti (
trazar cada uno el mapa de su audacia, aunque nos olvidemos de olvidar seguro que el recuerdo nos olvida) o de
Jaime Gil de Biedma llevaron a algunos de los temas más populares del cantante que, por supuesto, terminó con
El Rompeolas.
Todo un placer al que fui con dos amigos, momento que quedó inmortalizado en esta foto...