08 junio 2012

El Cielo 03 - MANUEL PRECIADO y yo

Es difícil explicar a alguien que no haya vivido el paso de Manolo Preciado por el Sporting, el tremendo vacío que nos deja su fallecimiento hace unas horas. Sé que nunca podré olvidar su paso por Gijón, ese sentimiento indeleble forjado a fuego por la épica y las luchas al límite en las que nos embarcamos con él al frente y que, pese a ser desiguales, logró ganar al final siempre que le dejaron. Las tristezas son efímeras pero algunas victorias son eternas, y Preciado conquistó para siempre el corazón de una hinchada y de una región que, aunque él soliera decir lo contrario, recibió muchísimo más de lo mucho que también le supo devolver.

A modo de pista pensad que Preciado no entrenó nunca al Real Madrid ni al Barcelona, no fue seleccionador nacional y, sin embargo, la cobertura mediática de su fallecimiento excede, con mucho, la habitual en estos casos. Ese era el sentimiento del mundo del fútbol en general, pensad en ello un momento y, ahora, pensad como debe ser ese sentimiento aquí en el seno de la familia sportinguista donde vivió sus últimos años y donde, quizás, coincidieron sus momentos más felices y, para muchos, los nuestros.


He reconocer que por lo que significó que hiciera que el corazón del Sporting volviera a latir, por el ejemplo de comportamiento humano que siempre nos mostró y porque a veces tienes una conexión especial con gente aunque no la conozcas, siempre he sentido un vínculo emotivo especial con Manolo Preciado desde su primer minuto en Gijón. Ahora me acuerdo de muchas cosas… de los tres breves encuentros que tuve con él, del viaje a Santander en la temporada 2011/2012 para apoyarle a él desde la grada en un momento de duda sobre su continuidad, como en Santander abucheaban a su entrenador estando en media tabla mientras miles de sportinguistas animaban a Preciado pese a ir últimos, del viaje en tren a Madrid en el que casi se confirmaba su cese y de las lágrimas al confirmarse, de tantas alegrías y de algunas pequeñas e insignificantes penas…

Necesitaba escribir algunas líneas para compartirlas con vosotros, o tal vez para dejármelas escritas a mí mismo por si el paso del tiempo nubla en algo este sentir de hoy, y al final creo que os/me contaré el que fue mi primer encuentro con Manolo Preciado porque, pese a ser un momento muy pequeño en tiempo, es muy grande en el espacio que ocupa en la estantería de recuerdos imprescindibles y de sensaciones a atesorar y preservar para siempre.


Era julio del 2006, estaba en la terraza del Hotel Don Manuel apenas dos o tres de días después de que Manuel Preciado hubiese firmado como entrenador del Sporting de Gijón, cuando me fijé que el cántabro estaba en la cafetería tomando algo mientras esperaba, luego lo supe, a que Juan de Dios pasara a buscarlo. Ese verano se había hablado mucho del inquilino del banquillo, e incluso se había dado por confirmado a Yosu Uribe, pero tras una ruptura en las negociaciones entre ambas partes, fue Manolo Preciado el elegido y, como presagiando que su destino era convertirse en leyenda del equipo gijonés, decidió aparcar una oferta del Polideportivo Ejido mucho más suculenta en lo económico y dejar que su corazón le guiara. Como bien dijo Juan Gancedo en un memorable artículo en La Voz de Asturias con motivo de la desgraciada destitución de Preciado hace unos meses, “si Gijón hubiese estado mucho más lejos de Santander igual no hubiese venido hasta aquí”. Hasta ese punto un detalle puede cambiarlo todo pero, para los que no quieran mirar la hemeroteca, les ahorro el trabajo y les diré que el Sporting subió al segundo intento con una afición entregada con el proyecto, mientras que esa misma temporada el Poli Ejido bajaba a Segunda B completamente roto en lo social. Y es que hay cosas que el dinero no compra.

Decía que Manolo Preciado estaba en la cafetería del Don Manuel y yo, que estaba reunido preparando la Semana Negra de ese año, tenía un pálpito irracional desde que oí sus primeras declaraciones de que, si había alguna posibilidad de que el sportinguismo volviera a soñar con un retorno a primera, era con él. Al menos de volver a tener ilusión con nuestro equipo. Bastaba oírle un instante para comprender su filosofía de vida, incluso a distancia y sin tratarle, una filosofía en la que se desterraba la tristeza, se abrazaba el optimismo y en el que el único fracaso era no intentarlo o intentarlo sin dar el doscientos por ciento.


He de reconocer que, aunque he tenido la suerte de conocer, tratar y trabar amistad con gente que admiro muchísimo de medios muy diferentes (escritores, cineastas, dibujantes, cantantes, etc…) sigo quedándome sin palabras ante un número muy reducido de personas por las que siento una admiración difícil de explicar, por muy cercanos que sean estos en el trato, y que están generalmente ligados a la relación emocional tan especial que tengo con el Sporting. Ya confesé en este blog hace tiempo que Quini es uno de ellos, como también era el caso de su hermano Castro y como, de alguna forma, presagiaba que podía pasarme con Preciado, motivo por el que me prometí a mí mismo que si la mañana siguiente se repetía la misma situación, iría a saludarle.

Y sí. El día siguiente se repitió la misma escena. Dudé, como duda un niño pequeño al ir a saludar a un ídolo, pero cuando pongo algo de esa manera en manos del destino (una manía tan tonta como cualquier otra, lo sé) siempre cumplo y, como supongo que en el fondo deseaba secretamente verme obligado a hacer, entré en la cafetería e, instintivamente, solté un sencillo “Hola, Manolo…”.

Aquí haré un pequeño inciso. Manuel Preciado es, desde que lo ves, “Manolo”. Su lenguaje corporal, su cercanía, su voz, todo… hace que te salga un saludo como el que saluda a un viejo amigo. Y, parafraseando a Manuel Esteban, os aseguro que la gente se acercaba a Preciado con mucho más respeto en cualquiera de esos “Manolo”, que en miles de “Don Manuel” que podáis escuchar dirigidos a otros con el mismo nombre.

El caso es que Manolo se dio la vuelta y, cuando ya iba a comenzar a hablarle un poco atropelladamente víctima del nerviosismo, me soltó un sencillo “Hola, ¿qué tal estás?” acompañado de esa sonrisa con la que desde el primer instante resucitó la ilusión de su nueva afición, y tuvimos una breve charla de apenas cuatro o cinco minutos, en la que le deseaba lo mejor en su nueva andadura y en la que le di las gracias, más allá de lo que pudiese suceder en lo deportivo, por darse cuenta de que el Sporting era un club deprimido que necesitaba antes que nada recuperar la ilusión, las ganas de luchar y el orgullo de sentirse sportinguista, y le dije que ese carácter suyo me hacia estar convencido de que lo lograría, de hecho le dije que llevaba tres o cuatro días y que yo ya estaba más ilusionado que en cualquiera de los años anteriores. Recuerdo que me contestó que aún no había hecho nada, que la ilusión es importantísima para todo, que él estaba ilusionado a muerte con este proyecto y que seguramente eso se transmitía de algún modo a la gente y que lo que sí me prometía es trabajar como un cabrón (creo que fue literalmente lo que dijo) y dejarse el alma en el empeño. No quise ser pesado así que me despedí diciéndole que igual aún no se daba cuenta porque acababa de llegar, pero como socio de muchos años le aseguraba que algo diferente flotaba en el ambiente, que estaba seguro de que acabaría siendo muy feliz aquí y que seguro que nosotros también y, aunque os juro que quise darle un fuerte abrazo, me despedí más tímidamente y ni ese día, ni en un encuentro posterior, me atreví a pedirle una foto juntos.


Sé que durante esos días y los siguientes Manolo Preciado habrá tenido centenares, quizás miles, de encuentros semejantes, algo que ya le comenzaba a indicar (como él mismo dijo en alguna ocasión) la forma en la que la gente le eligió a él para depositar de nuevo su esperanza y su ilusión, algo que no fue así por azar sino por su forma de ser y porque se lo ganó desde el primer momento, pero os aseguro que para mí fueron unos minutos inolvidables que he recordado en numerosas ocasiones y que, con el paso de cada día de Preciado en Gijón, no fueron sino revalorizándose hasta convertirse en unos momentos mágicos que compartí con una de las personas que más feliz me ha hecho en lo deportivo, que más orgulloso me ha hecho sentir de tenerlo de capitán de la nave en la que vuelco más sentimiento y más pasión, pero sobre todo que más he admirado en lo humano por la aparente sencillez con la que lograba algo tan difícil como es ser un gran tipo y hacerse querer y respetar por todos.

Hoy, con el fallecimiento de Manolo, es uno de esos días en los que piensas que nadie volverá a ilusionarte así, que no podrá nada volver a ser lo mismo aunque pueda ser también muy bueno, pero también sé que no es verdad… que en el futuro volveremos a ilusionarnos, que unos ídolos no sustituyen a los otros sino que pasan a formar parte de un mismo panteón, sé que la ilusión se abre siempre paso para el que mira hacia adelante. Preciado lo sabía y predicaba con el ejemplo, yo también lo sé. Nadie dijo que fuese fácil, pero le debemos ese esfuerzo. Dar el doscientos por ciento en el partido contra este desánimo para que la tristeza tenga que pelear a muerte cada segundo de nuestro tiempo porque, en la vida como en el fútbol, la única vergüenza es no intentarlo con todo el alma.


Mañana será otro día, pronto otra semana, en nada otra temporada y, en algún momento, llegará otro ascenso. Yo no olvidaré nunca la etapa de Manolo Preciado en el Sporting, la más larga de alguien al frente de banquillo de forma continua en los 107 años de historia del club hasta la fecha y para mí, también en lo personal, la más especial que he vivido nunca. Sé con la certeza inexplicable con la que se saben algunas cosas que Preciado vivió y sintió lo mismo, que fue consciente de todo lo que se le quiere en Gijón y en la gran familia del Sporting, y que sintió que esta etapa fue especial y mágica. Sé que lo sabía porque, aunque la gente que decide en el club (y yo reconozco que ya no sé quiénes son) quizás lo olvidó por un triste momento, la gente de la calle supo transmitírselo a cada paso antes, durante y después de su paso por nuestro banquillo, aunque lamentablemente ese “después” haya sido tremenda e injustamente corto.

Esperemos que quienes deciden sepan apoyarse y construir sobre los cimientos en los que se edificó esta etapa gloriosa: la ilusión y la comunión de la gente con su equipo, y que no destruyan ese precioso legado que Preciado nos devolvió. Un legado que incluso el día de su muerte quedó patente en la concentración silenciosa a las puertas del que fue su campo desde hace seis años y que lo es ya para siempre, de un número de gente quizás mayor del que iría al campo en un par de años si se vuelven a cometer los errores del pasado. Un legado que hacía que hoy, gente de todas las edades, se cruzase por Gijón llorando (literalmente) por la pérdida de uno de los nuestros. Si no del mejor, sí de uno de los mejores.


Preciado dijo más o menos que “no vale la pena mirar hacia lo malo que sucede sino es para recordar lo positivo” y yo, completamente de acuerdo, he tratado de mirar a su ausencia para recordar que si duele tanto es por todo lo maravilloso que nos ha dejado. Os aseguro que estamos más orgullosos en Gijón de haber tenido a Preciado que muchos equipos de sus títulos.

De nuevo, y para siempre, muchas gracias por todo MANOLO PRECIADO. No te olvidaremos nunca. Gracias, gracias, gracias.


PD: Disculpad si hay falta de ortografía, incoherencias o cualquier cosa torpe, pero seguro que me comprendéis si os digo que no me apetece corregir.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

no soy muy futbolero y me todo el dia llevo una tristeza rara. por tu culpa o gracias a ti he acabado llorando. un texto increible.

miguel bandera

AlbertoHdez dijo...

Todos lo sentimos mucho, la verdad...

pedro j. l. dijo...

un abrazo jorge, se ve que era una gran tipo

WWfan! dijo...

Yo creo que no ha sido un infarto. Ha sido, simplemente, que tenía un corazón tan grande que no le cabía en el pecho.

Anónimo dijo...

Madre mía. Esto es un texto sincero y el resto tonterías. Me he emocionado otra vez, muchas gracias y felicidades por el blog.

Jesús Arriaga Carpio dijo...

Ya sabéis que lo sentimos todos aquellos que os hemos conocido a través de Las Jornadas del Cómic de la Villa de Avilés. Puedo hacerme una idea de vuestro dolor cuando pienso en otras pérdidas igual de cercanas. Mi apoyo y mi más sincero pésame.

Jorge Iván Argiz Reboiro dijo...

A TODOS:

¡Muchas gracias por vuestras palabras!

fanny dijo...

Sin palabras!!!!!! Sólo un nudo en la garganta....y lágrimas....

Jorge Iván Argiz dijo...

FANNY:

¡Un beso y mucho ánimo!